Ayer era común la imposición de los intereses de grupos minoritarios, todopoderosos. Lo hacían todo con descaro, impunidad y a cualquier pesar. Y para ello contaban, que siempre presidía, con el apoyo entusiasta de los E.U. La llamada guerra fría lo justificaba todo en América Latina. Por eso nacimos, vivimos y han muerto tantos ciudadanos pisados y maltratados por dictadores y oligarquías impenitentes.
Tras la máscara del
anticomunismo encubrían las más indefendibles
desigualdades, privilegios escandalosos, represiones
políticas y violaciones de los derechos humanos
aborrecibles. Y todo concelebrado comiendo hostias.
Así eran las cosas en América hasta que la ola
democrática y de reivindicaciones sociales sentó sus
credenciales.
A los gobiernos aquellos, oligárquicos y
dictatoriales, siguió una camada democrática,
políticamente, pero igualmente autoritaria en lo
social y económico. Peor, aún, corrupta en la
administración de los bienes públicos.
De esas profundidades ha emergido, en la última década, la nueva ola democrática latinoamericana. Con aciertos y errores. Con vicios ideológicos insostenibles, a veces, pero con una preocupación vital por la justicia social. Defienden la libre elección de sus representantes por el pueblo y tienden a basar su acción de gobierno en la reducción de la brecha social y económica de nuestras sociedades. Y eso, por sí solo, es respetable. Es una nueva izquierda que busca camino dentro del sistema democrático y electoral tradicional. Unos más acrisolados que otros, pero con un mismo pujo.
En Honduras presenciamos el retorno al esquema oligárquico, rancio, propio de los años cincuentas y sesentas. Como aquel fatídico 25 de septiembre: terratenientes, grandes comerciantes, iglesia, militares locales y la presencia, ya inocultable, de guías norteamericanos. Bien lo ha señalado el presidente Carter recientemente.
Y han puesto empeño en confundir a la opinión pública, local e internacional, argumentando con cinismo que lo que allí se ha producido no es un golpe de estado contra el presidente electo Manuel Zelaya. Y a solo siete meses para cumplir su mandato.
Latinoamérica está en pie reclamando la restitución del Presidente Zelaya bajo la dirección de su nueva izquierda y la participación del gobierno Obama. Esta coincidencia ofrece esperanzas al proceso democrático regional. Su fracaso será aliento para las hienas: democracia ni política y menos social.