UNA DOBLE TRAGEDIA
Por: Rafael Sánchez Cárdenas
Viernes 01 de Mayo de
2009
Principiando la semana, un autobús cargado de
ciudadanos impactó frontalmente un camión-contenedor que yacía volteado
en medio de la carretera del sur, cercano al puente conocido como Lucas
Díaz. El lugar ha sido bautizado por los lugareños como la “curva de la
muerte”, al parecer tocaya sureña de aquella tan conocida de Villa
Altagracia. En ambas ha puesto residencia la muerte. Y una muerte que
humilla y avergüenza la conciencia humana.
La muerte de una persona es motivo comprensible de
dolores y angustias. Una pena que se hace externa en el luto. Duelo de
las almas y familias heridas por el fallecimiento de sus parientes.
En Lucas Díaz dejaron su vida unos trece ciudadanos
y decenas de contusos graves, amputaciones, etc. Una escena infernal, al
alba. Conmovedora.
Y resulta que, en el momento del espanto, del
quejido de las víctimas, cuando las vidas de los hoy difuntos exhalan su
último aliento, surgen de los alrededores y gente que circula en la vía,
la rapiña. El espíritu de una raza nacional nueva. Desalmada. Simulando
una solidaridad de la cual carecen, aprovechan el caos y la desgracia
para robar a las víctimas sus pertenencias, en macabro despojo. Voltean
y revoltean en busca de prendas, dinero o cuantas cosas de valor
encuentren. Y autoridades entre ellos. Lo cuentan los sobrevivientes y
testigos de los hechos.
A la escena de sangre y gritos, se superpone la
sombra de buitres de los ladrones.
Es de recordar la muerte de aquel funcionario de
Falconbridge accidentado en Piedra Blanca en plena madrugada. Los
reportes y la propia empresa confirmaron el trato dado a la víctima:
reloj, teléfono, radio, asientos y la vestimenta del fallecido,
encontrado en ropa interior. Tomaron lo que estimaron de “valor”.
Morir es de los vivos. Pero el irrespeto a las
victimas de accidentes en nuestras carreteras es una afrenta a la
dignidad humana inaceptable. La muerte, cuando llega, al menos debe ser
digna. Y lo que aquí se está convirtiendo en costumbre en los caminos
demanda atención. Algo que contenga la hiena que anida en ciertos
espíritus. Una defensa de la vida y la muerte dignas. Que llegue a cada
recodo de la carretera la fuerza correctora del Estado, buscando en cada
bolsillo, muñeca, cuellos y pies la prueba de la otra tragedia. Quizás
la más grave.
El oro y el dinero convertidos en valores supremos.
Los interesados por los “valores” y las “buenas
costumbres” tienen ahí tela para cortar. Eso sí, queremos un mejor
traje. El cuadro humano de esa mañana, en Lucas Díaz, trae a mi memoria
la imagen referida por Fritz Pappenheim –La enajenación del hombre
moderno- en la cual un hombre, como los ladrones de Lucas Díaz, mete su
mano en la arcada dental de un ahorcado que aún cuelga, para extraerle
un diente de oro que porta pero, incapaz de mirar al difunto, opta por
voltear la cara, mientras extrae la pieza codiciada.
Es el desdoblamiento de la personalidad humana: el
juego del valor de la codicia como motor de la conducta humana, frente a
la angustia moral que su acto implica.
Los signos de crisis humana, en plena modernidad,
crecen día a día en nuestra sociedad de pobreza y alta comunicatividad.
La indiferencia ante estas cosas sólo confirman la crisis de las
instituciones para hacer frente al problema.
Concluyo con un deseo: ¡No más asaltos a los
accidentados!
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