UNA CALAMIDAD NACIONAL
Por: Ramón Tejeda Read
Jueves 13 de Noviembre de 2008
La calamidad que representan los apagones se me
presentó clarísima recientemente.
Un parroquiano entró a un pequeño colmado al que
frecuenta y pidió “un vaso de yogurt de a veinte pesos”.
“¿Yogurt? ¿Y quién va a vender yogurt con estos
apagones?”, fue la respuesta del pequeño comerciante visiblemente
molesto.
Ese colmadero dejó de comprar el yogurt a un
distribuidor que, según dijo, trae el producto desde Bonao.
¿Cuántos más, como él, habrán dejado de comprarle
yogurt a ese distribuidor por la crisis en el suministro de
electricidad?
Y, del mismo modo, ese distribuidor disminuyó su
compra del producto al proveedor, y así sigue la cadena hasta llegar al
dueño de las vacas o al vendedor de leche en polvo si el yogurt no se
hace con leche de vaca.
Pero piense usted en lo que pasa con los
productores, distribuidores y negociantes de todos los tamaños de
productos perecederos como la carne, el pescado, los embutidos, los
lácteos, los vegetales…
Piense usted en las sastrerías, los salones de
belleza y toda clase de pequeños negocios que no pueden tener una
pequeña planta para operar.
Y no hablemos de las escuelas que no pueden
impartir docencia nocturna y de las dificultades para utilizar
computadoras y otros recursos en aquéllas que imparten docencia diurna.
En fin, que hablamos de una calamidad nacional y de
un caldo de cultivo de inconformidad y frustración en la población que,
con toda seguridad, es también instrumento de presión de las empresas
eléctricas privadas contra el gobierno.
Con la mejoría experimentada en el servicio de
electricidad en los últimos cuatro años, la población redescubrió las
ventajas de tener energía, aún el servicio caro y malo que se le sirve.
Y las protestas ya manifiestas, ya soterradas,
colectivas o individuales, quieren decir que esa población no parece
estar dispuesta a seguir tolerando ni el chantaje de unos ni el
descuido y la imprevisión de otros.
Su comentario sobre esta
opinión |
Evite los insultos, palabras soeces,
vulgaridades o groseras simplificaciones |
|
|