Opinión

 

SALIR DE LAS CATACUMBAS

Por: Roberto Rodríguez-Marchena
Lunes 09 de Marzo de 2009

De la crisis creada por los banqueros y negociantes inmobiliarios, con la tolerancia y estímulo de los bancos centrales, de las riquezas inexistentes, de milagros y economías ficticias, es mucho ya lo que se ha dicho y escrito. Y apenas empieza. Entre todo, por esta vez, me quedo con la certeza de la derrota de las políticas concentradoras de riqueza. De tanto exprimir el salario, endeudar a los ciudadanos y elevar sus ganancias, ahora no hay quien gaste o compre bienes y servicios.

Todos sabemos que las sociedades capitalistas generan desigualdades y que por naturaleza, el empresario buscará eliminar toda competencia y concentrar el mayor poder económico, pero, envalentonados y habiendo mal entendido el derrumbe del socialismo tipo Unión Soviética, al liderazgo empresarial y a los políticos a su servicio, francamente se les fue la mano, sus políticas públicas fueron puro desenfreno; consistieron en dar rienda suelta a las pulsiones socialmente más destructivas y dañinas de la sociedad capitalista.

Echaron a un lado las políticas socialdemócratas “primero  la gente” e implantaron las políticas estatales y gubernamentales “primero los ricos”.

Para justificar sus políticas alegaron que el mundo estaba mejor fundado en la competencia que en la cooperación, mejor con gobiernos indiferentes, mejor sin reglas, mejor con bajos salarios y endeudados hasta la coronilla. Y mire usted donde paró la cosa, caballero. Millones han perdido empleos, ahorros, empresas y negocios; pocas veces en la historia de la humanidad hubo tanta destrucción de riquezas, vidas y esperanzas en tan poco tiempo. Y lo que falta, parece ser.

Las políticas públicas “primero los ricos” también han tenido sus valores y actores.

La solidaridad, la cooperación, la humildad, la modestia, el respeto, la libertad, la tolerancia, la convivencia democrática, el aprecio por la diversidad y el disenso, la protección por el medio ambiente fueron cesanteadas y en su lugar contratadas la insolidaridad, la competencia, la arrogancia, el irrespeto, la violación a la privacidad de las personas, la intolerancia y la compulsión por el consenso.

Así, por ejemplo, el respetado maestro, escritor, pintor, intelectual dejó de ser objeto de admiración y modelo a imitar; en su lugar, el audaz banquero capaz elevar el valor de acciones y presentar fabulosas ganancias o un trucutú bateador de jonrones; la frugalidad del emprendedor que levanta su negocio a base de sacrificio no fue más conducta a seguir, sino la ostentación y el despilfarro del nuevo rico lanzado a la vida loca.

Pero, resulta ahora que, en medio de su desconcierto, abrumados por las consecuencias de sus actos, se quejan de que no hay valores y sacan del sombrero una mentada crisis de valores, sin cuestionar, por supuesto, las políticas públicas, como bien observó Ramón Tejeda Read en sus dos más recientes Perspectivas del Día.

No contentos con haber fastidiado durante todos estos años con políticas “primero los ricos”, ahora pretenden culpar a las víctimas de no tener valores.

¿Quiénes fueron los que perdieron los valores? ¿La madre soltera que frie empanadas o prepara dulces para que sus hijos e hijas estudien? ¿El joven que estudia y trabaja a la vez para ayudar a sus padres y poder algún día casarse? ¿El empleado público o privado, que con su mejor ropita y sin desayunar, sale temprano de casa y regresa caída la tarde extenuado a comerse unos víveres o pan con una taza de chocolate de agua? ¿La maestra, la enfermera, el médico, la ingeniera, que después de tanto afanar en la universidad, no hay manera de que pueda ganar lo suficiente para vivir decentemente? ¿El empresario o empresaria que paga sus impuestos, una luz carísima y unas tasas de interés prohibitivas? ¿Los padres que almuerzan o cenan con sus hijos todos los días para compartir las alegrías y avatares de la vida cotidiana?

Me atrevo a decir que la inmensa mayoría de la gente emprendedora y trabajadora nunca perdió sus valores. Aún los conserva. Como aquellos cristianos, los vivía y vive en su catacumba, mirando, apesadumbrada y alarmada, los desmanes de la vida loca.

Ahora, en medio de este desgüañangue económico y social, es necesario que salga de su catacumba para ofrecer ánimo, solidaridad y sentido común; vuelva a colocar en su lugar aquellos preciados valores que supo conservar todos estos años, y se convierta en el centro y razón de las políticas públicas.

 

Publicado con autorización expresa de los autores. www.perspectivaciudadana.com
Su comentario sobre esta opinión
Evite los insultos, palabras soeces, vulgaridades o groseras simplificaciones
Nombre:
Apellido:
Email:
País:
Ciudad:
Mensaje:

 

     

 

Más Opiniones