No me refiero a lo sensual ni a
lo sexual.
Tampoco he osado referirme a la atracción.
Hablar sobre los sentimientos no es razón para
confundirlos con los placeres.
Ni mucho menos con el gusto
entre parejas.
El amor sin asumir rasgos de rigidez no es
vehemencia, aunque puede y debe ser tolerante pero
ha de saber corregir a tiempo.
El amor no es una debilidad sino una gran fortaleza. Ni mucho menos me refiero a la pasión como sentimiento que ata y encadena el alma. Yo hablo de volver a ser como Niños a pesar de nuestras edades.
Porque es una manera de retornar a la edad de la Inocencia.
Y tomar así agua fresca de nuestras propias fuentes. Ser como Niños es la medicina contra todas las enfermedades modernas y antiguas.
Porque actuar como niño deja atrás la sed de venganza y las respuestas compulsivas. Y hasta las exigencias más sentidas.
Es una manera de dejar atrás la pesada carga que nos ha colocado este tipo de vida social que todos llevamos.
Ser como Niños es volver a nacer a la Verdad Espiritual. Ser como Niño es retomar las blancas vestiduras de la pureza de la vida dejando atrás los agravios que engendra este tipo de sociedad, y este modelo de civilización.
Porque ser como Niños nos trae nueva vez el sentimiento de la gratitud. Bajo las condiciones de humildad y hasta en la extrema pobreza el sentimiento del amor emerge y se destaca con mayor nitidez y mejor pureza.
Allí el amor resplandece con
mayor fulgor y alegría.
Porque ahí el amor se expresa en hechos y
realizaciones. Es el amor con sus facetas una
práctica cotidiana que se ejecuta sin miramientos en
medio del conglomerado familiar y social emergente.
Mucha gente para sobrevivir y para permitir que
otros sobrevivan se ven compelidas a compartir el
pan y las esperanzas. Y toda esa mágica actuación se
hace posible gracias al amor.
Porque además es gratificante
sentir amor por los demás, como una brisa fresca. Es
gratificante como un premio de lotería saber que nos
aman y sentir y saber que amamos.
Entre los humildes hasta los sufrimientos se
comparten, el dolor, y el fracaso.
Pero ser humilde no significa
caer en la miseria sino mantener el equilibrio y la
prudencia.
Porque la tierra ha sido creada para la belleza, el
bienestar y las abundancias.
Así que no debemos permitir salir de esa condición
para ahorrarnos sinsabores.
Y compartir la pena es una
expresión de solidaridad y hermandad generada por el
amor.
Pero las penas las comparte tanto el rico como el
pobre.
Y ambas condiciones exigen
humildad.
Aquel que es humilde de corazón lo tiene todo para
expresar el amor sin importar su condición social y
económica.
Incluso sin títulos académicos
ni libros que lo enseñen, ya que el amor nace y se
practica y no se enseña ni se hereda.
Compartir las penas solo es posible cuando nos
identificamos con los demás y les amamos.
Y cuando sabemos y sentimos que los demás nos aman.
Todo aquel sentimiento que nos impide ser indiferentes ante las causas nobles es una expresión del amor, del Cristo que todos llevamos dentro y que se deja exponer hacia afuera.
El amor bajo las condiciones de
la vida de los humildes expone mayores rasgos de
expresión de cualidades.
El amor que brota del corazón simple y puro se
cristaliza como el pensamiento de los poderosos
creadores.
Como una perla de inestimable
valor de torna el amor cuando emerge perfecto.
Y entonces esa fuerza es capaz de movilizar
voluntades y motivar actitudes.
Me refiero a las múltiples
facetas de expresión del amor como son la la
caridad, la misericordia, el perdón, la
solidaridad y el compartir.
Vivir con pureza en el corazón es ver la mujer sin
lascivias.
El calor humano es de mayor
sensibilidad entre los humildes y sufridos del mundo
independientemente de su condición social.
Pero un potentado sufre tanto las cosas de la vida
como uno que este en la miseria.
Cada uno bajo las condiciones y
circunstancias en que vive y para las cuales
respira.
Ser puro de corazón es tener mejores intenciones.
No es igual un hombre humilde con pocos
sentimientos, a un hombre rico lleno de esas
virtudes.
Tampoco es igual un rico
indiferente y egoísta que un pobre dotado de buenos
sentimientos.
Ahí la riqueza debe ser establecida en su justo
lugar, porque el amor supera todo.
Como tampoco el humilde que pierde la sensibilidad
puede igualarse con otro humilde que no deja su
condición amorosa y solidaria.
Los humildes de la tierra no
aprendieron a ocultar sus lágrimas. Y no necesitan
ocultarlas.
Amar sin fronteras nos hace inocentes, nos torna
Niños. Y ser como Niños es la razón de Dios dentro
de nosotros.
Porque siendo como Niños nos
perdonamos nosotros mismos nuestros pecados y
nuestros errores.
Si el Juez descubriera el Nino que mora en nosotros
nos dejaría siempre en libertad por la inocencia y
el espíritu de humildad.
Ser como Niño es permanecer en
la eterna primavera renovándonos.
Porque siendo Niño encontramos una manera de evitar
que aniden los resquemores con sus agravios, y
podemos dedicar horas para el bien común y el
propósito de la vida.
El indígena de nuestra isla no
usaba el tipo de vestiduras que trajo el hombre de
Europa.
Ni el algodón bordado a manos que vestía el otro
indígena de Las Américas.
El era un humilde mas, estaba desnudo de malicias,
era como el Inocente Niño, aquel que nada tenía por
ocultar.
Y como humilde, el Aborigen Taino no temía se le
viera el alma, era limpio de corazón, puro de
propósitos, noble de sentimientos.
Incluso las viviendas de nuestros aborígenes no
contemplaban puertas. El ego estaba muy reducido.
Digo el ego al referirme al bien individual por
encima del propósito colectivo o comunitario.
Nadie de quien cuidarse y nada para guarecer. O para
no compartir.
Si el Universo ha realizado la siembra de la vida en esta Tierra en aras de utilizar los sentimientos generados por el amor como energía útil capaz de echar hacia adelante el carro de la evolución, en América ha encontrado una cantera importante e inagotable de buenos sentimientos.
Estos son verdaderas perlas
resplandecientes.
Esa cantera de sentimientos en el Jardín llamado
América es nuestra humanidad.
Eso que nos diferencia de la etapa animal y del
reino vegetal.
El ser humano con sus múltiples
cualidades y virtudes viene a poblar esta tierra
sagrada para vivir en amor y por amor
independientemente de las condiciones sociales,
políticas y económicas.
Aquí aun permanecemos desnudos, con el corazón
abierto, las chozas con todas las puertas abiertas
hacia la gran luz.
La raza de los humildes de corazón es como un salto hidráulico de caudal indetenible en los mejores sentimientos.
Aquellos que no tenemos mayores pretensiones que vivir por amor y permitir el cumplimiento de la voluntad de Dios somos parte de este proceso y de este Plan Sagrado que impulsan, vigilan, corrigen y evalúan las Jerarquías.
El hombre del mundo es un
cristal forjado al calor de los sentimientos.
Estos que brotan a borbotones y de manera límpida y
natural, a raudales.
Tanto en felicidad como en
desesperanzas. Ambas vías están cargadas de amor y
de fe.
Los 24 Ancianos del Trono de la Gran Luz afirmaron
que, “en el Jardín del Padre, vosotros (los seres
humanos) sois las rosas”.
Este Jardín del Padre es
América, un inmenso jardín que Dios había observado
cuando hizo el Edén.
Ya nos había visto. Y tomado en cuenta esas
manifestaciones de amor y solidaridad que vengo
refiriendo, de alegría y elegancia.
En este Jardín los potros no
necesitaron cadenas sino, solo agua y praderas para
marchar sobre los arcoíris y las auroras.
Y las siembras han sido libres para el hambriento
que busca pan y vino. Un oasis de frutos y
palmeras..
Los de Puros Corazones
existimos sobre la Tierra.
Una Joven Mujer vestida de sol.
Un parto de la Madre Tierra.