La Asamblea Revisora se apresta en estos días a conocer, en segunda lectura, el cambio, que no Reforma, constitucional en curso. Y desde ya inician los pronunciamientos sobre el controvertido artículo 30. El aborto deja de ser, con el cambio, un asunto de salud pública y social para convertirse en un problema ético-religioso. Y constitucionalizado.
Los grupos religiosos esgrimen, en defensa de la prohibición, el derecho a la vida de los no nacidos. Y hablan de la vida del no nacido como si no existiera otra vida con sus intereses, ideas, razones y situaciones que le son propias y no pertenecientes al no nacido. Otra vida, vale decir.
Sin pretensión de experto en derecho, sabemos de la existencia de un principio jurídico del “doble efecto”, que asumo aplicaría al caso del artículo 30. Es una situación dual, en la que los derechos de la mujer, única con ciudadanía en esta pareja especial, se pretenden condicionar, y de manera absoluta, a los del no nacido y no ciudadano por tanto.
En un estado de derecho real, creíamos que eran los ciudadanos los sujetos de derecho, la vida hecha y derecha que no admite condicionamientos para ser igual a todos y cada uno de los miembros de la sociedad ante la ley. Que no me digan que el artículo 30, tal y como está concebido en la nueva constitución, no sesga el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley. Y nueva vez las mujeres perjudicadas en el lance.
Ni siquiera la amenaza a la vida propia de la mujer conmueve el espíritu de unos legisladores puestos al juego de las conveniencias coyunturales y no a principios y valores de justicia, igualdad y de objetividad. Tampoco la ciencia médica tiene nada a tomarse en cuenta en el contexto de la discusión planteada.
La idea es prohibir para satisfacer poderes fácticos con incidencia política notable. Así de simple son las cosas.
Nuestro código penal siempre ha prohibido el aborto, sin que esta prohibición resolviera la epidémica situación. Esa tendencia prohibitiva, penalizante y dura, puede que haya satisfecho a los espíritus dogmáticos, pero no ha resuelto jamás el cuadro humano del aborto. El artículo 30 es una más de esa cadena de prohibir, mas no resolver los problemas de la Nación.
Detrás de la bulla de la discusión del aborto, muy lejos de sus autores, yace el teatro vivo de la exclusión social y económica, de la ignorancia de nuestras niñas y adolescentes, seducidas con facilidad con cualquier miga de pan, unos pesitos o por la simple ilusión del descubrimiento del amor.
Hacer política, promover constituciones y leyes soltando la nave del Estado al sólo amparo de las confesiones tendrá su efecto futuro para el ejercicio responsable de la política.
Es un regreso al pasado. Los políticos son cada vez más verdaderos alfeñiques.