Hermetismo, opacidad e impunidad, he ahí tres de las tantas características de los paraísos fiscales.
Si por algo existen es precisamente para evadir impuestos.
También para justificar o “legitimar” cualquier tratativa y dar amparo a capitales de toda naturaleza que no podrían ir a los bancos ordinarios.
Esos paraísos son la cara monstruosa del capitalismo contemporáneo.
“El capitalismo clandestino” los llaman Thierry Godefroy y Pierre Lascoumes en el libro de ese nombre que tiene como subtítulo “La obscena realidad de los paraísos fiscales” (Paidós, 2005), “acusados de participar en la ‘economía del crimen’ o incluso en el ‘terrorismo’”.
Existen amparados “en la hipocresía colectiva de los grandes Estados industriales”, advierten aquellos autores quienes sueltan esta perla en la página 25 del libro citado:
“A pesar de todos los posicionamientos moralistas de los profesionales y reguladores políticos, de los frágiles intentos de racionalización de los organismos internacionales y de la omnipresencia de la retórica de la transparencia, los actores del capitalismo necesitan hoy más opacidad que nunca y un espacio de juego más allá de las reglas del derecho común. La denegación de esta cara sombría de la economía, en su necesidad permanente de superación, sólo es comparable a la tenacidad con la que se la mantiene en secreto”.
Ojalá y la ONU pudiera buscar una manera de gravar las enormes fortunas depositadas en aquellos paraísos fiscales a fin de financiar el desarrollo y alcanzar los Objetivos del Milenio, como ha propuesto el Presidente Fernández.
Pero no hay que ser un lince para darse cuenta de que la ONU es casi siempre inoperante a la hora de enfrentar a quienes manejan EL VERDADERO PODER del mundo.
No se extrañe si la propuesta del presidente Fernández en la ONU no pasa de ser fuegos artificiales.