A pesar de todo, hay que admitir que para algo ha servido el actual proceso de reforma de la Constitución.
En primer lugar, ha servido para airear y discutir temas que de otro modo no hubieran salido a la superficie.
De paso, esa discusión ha permitido conocer la naturaleza y composición de nuestro Congreso y quiénes de verdad fueron allí a representar a su pueblo y quiénes fueron a representarse a sí mismos y a su grupo.
Lo de los legisladores capaces de utilizar los dispositivos de otros para votar varias veces, es sólo un botón de muestra.
Pero la discusión de la reforma ha servido también para la toma de conciencia de parte de nuestra población sobre la importancia de participar en la política y en la toma de las decisiones políticas del presente y del porvenir.
Sirvió para demostrar que un acuerdo puede echar a un lado mil consultas populares y que hay demasiada gente todavía dispuesta a aprovecharse de las debilidades de nuestra democracia y, sobretodo, de la ignorancia en que vive buena parte de la población.
La labor de creación de espacios de educación política y de construcción de democracia y ciudadanía es, más que nunca, de la mayor importancia.
