OJALÁ QUE ASÍ SEA
Por: Ramón Tejeda Read
Miércoles 21 de Enero de 2009
Barack Obama ha iniciado como Presidente número 44
de los Estados Unidos y en él es cierto que se han cifrado las
esperanzas de las grandes mayorías de un país abatido por una crisis
económica, social, política y moral como no la había padecido en mucho
tiempo.
Fuera de Estados unidos también se espera mucho de
Obama habida cuenta de la crisis mencionada y que se cierne sobre el
mundo; por el peso que tiene ese país en la gerencia del Planeta y
porque para muchos siempre será más fácil dejar en los hombros de otros
las que deben ser nuestras propias responsabilidades.
Más, ciertamente, Obama tendrá cuatro años para
demostrar que puede cambiar el rumbo de los Estados Unidos, el país más
poderoso sobre la faz de la Tierra desde la Segunda Guerra Mundial.
Jamás, desde el Imperio Romano, se habían acumulado
cotas de Poder tan tremendas en una sola nación.
Desde fines del siglo XIX, Estados Unidos inició
una carrera expansionista que acabó arrebatando Puerto Rico y Filipinas
a España y poco faltó para anexarse a Cuba como lo hizo con casi la
mitad del territorio mexicano.
Durante los finales del siglo XIX y todo el siglo
XX, aquel “Norte revuelto y brutal”—como lo definió José Martí— se paseó
casi de un confín al otro del Planeta imponiendo su voluntad; invadiendo
aquí, deponiendo gobiernos allí; arrebatando territorios acá, sembrando
bases militares allá y fundando países convenientes acullá.
A fines de la Segunda Guerra Mundial el Poder se
hizo incontestable. Destruida Europa por el nazi-fascismo y doblegado
Japón con la bomba atómica, Estados Unidos se sirvió con la cuchara más
grande aún.
Pero dos décadas bastaron para dejar bien claro que
algo se podría en la Patria de Washington. Las fuerzas oscuras que
arrebataron de un balazo la vida del inolvidable Abraham Lincoln habían
ido creciendo en proporción al Poder que acumulaban e irrumpían a
mediados de los 60 con tal ímpetu que, andando el tiempo, acabarían
tragándose su propio país y sus últimos líderes.
Entre la invasión de Bahía de Cochinos, el golpe de
Estado contra Bosch y la invasión en República Dominicana, un infierno
se desataba en Viet Nam donde se efectuaba uno de los genocidios más
largos y crueles que haya conocido la humanidad en todo el siglo XX.
El costo de tal ejercicio para la democracia era
evidente: John Kennedy era asesinado en 1963; Martin Luther King y
Robert Kennedy eran asesinados en 1968. Los asesinatos quedaban impunes.
La corrupción estatal era evidente y alcanzaría lo trágico y lo ridículo
con Johnson, Nixon y Reagan. Era obvio que los responsables de tales
políticas estaban arruinando a su país y al Planeta.
Al paroxismo sólo hemos llegado recientemente.
Amparado en una política supuestamente anti-terrorista, el gobierno de
Bush pisoteó los derechos humanos sin ningún pudor. Impugnó la
Convención de Ginebra, pisoteó la ONU, impuso un Acta Patriótica que
desconoce los derechos por los que la humanidad ha luchado por siglos y
ha ofrendado las mejores de sus vidas; creó cárceles ilegales y autorizó
la práctica de la tortura a niveles que la humanidad no creía posibles
en estos tiempos.
Finalmente, quedó claro todo lo que venía detrás de
un ejercicio tan obsceno del Poder: ¿Cuántos estadounidenses y europeos
se han suicidado ante al colapso económico? ¿Cuántas familias están
angustiadas, deprimidas, desmembradas y cuántos hacen filas ante las
instituciones de beneficencia huyendo a las cámaras de televisión que
dan cuenta de la tragedia?
En Oriente Medio más de mil personas han sido
asesinadas a mansalva y la nota de prensa de la Casa Blanca es para
lamentar la muerte de la mascota de la familia presidencial.
Regiones enteras de África se pudren en la miseria
espantosa; mil millones de niños no tienen escuelas; la miseria arranca
vidas de un confín al otro de la Tierra, no hay fondos para alcanzar los
objetivos de la ONU para el milenio, pero la inmoralidad es patente: no
hay dinero para combatir el hambre, la miseria y la falta de salud—aún
cuando ello vaya a redundar en beneficio de los propios
capitalistas—pero sí aparecen dólares y euros por millones de millones
(billones) para rescatar los negocios de especuladores irresponsables.
El desorden y el desastre propios y mundiales no
son sino el fruto de un Poder ejercido de manera vertical y autoritaria
por una clase económica y política incapaz de ver las consecuencias de
ese ejercicio enfermizo e inmoral del Poder.
Nuestro Planeta –y no solamente Estados Unidos—no
puede ser gobernado más de semejante manera. La gente lo sabe y lo
siente, por eso espera tanto de Barack Obama y sólo el tiempo nos dirá
si el nuevo Presidente está a la altura del compromiso que le
corresponde. Ojalá que así sea.
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