A propósito de explotaciones
mineras, el turismo es la gran mina de países como
el nuestro y a su promoción y desarrollo integral
deben aplicar los gobiernos todas sus energías.
Parte fundamental de un plan de mejoramiento y
promoción del turismo interno e internacional es la
formulación de políticas de salud que garanticen la
higiene pública y el cuidado y respeto del entorno
en los grandes, medianos y pequeños negocios a todo
lo largo y ancho del país.
Precisamos de políticas que garanticen no sólo
precios justos al turista, sino también servicios e
instalaciones de calidad en todos los
establecimientos sin importar cuán grandes o
modestos éstos sean.
Sin importar cuán grande, pequeño o modesto sea,
cualquier negocio, hotel, restaurante debe ser un
ejemplo de respeto de los derechos de ciudadanos y
ciudadanas (nacionales o extranjeros) y de
desarrollo del sector y de la imagen del país.
¿Cómo es posible que calidad y precios del mismo
servicio en lugares similares sean tan disímiles de
un extremo a otro del país; que una habitación
decente y bien proveída en un lugar cueste casi dos
veces menos que en otro?
Cuestión de oferta y demanda, dirán algunos
leguleyos o de localización, dirán otros. Pamplinas,
digo yo.
Lo que pasa es que éste, como muchos otros sectores
de nuestra economía, se han ido desarrollando de
manera improvisada, sin otro plan que el que emana
del día a día de la propia actividad.
Esto es, no ha habido quien formule políticas
integrales, abarcadoras; quien ayude a los negocios
pequeños, medianos y a los más grandes también a ser
mejores, aportándoles conocimientos, desarrollando
destrezas y estrategias a todos los niveles, de los
cuales bien puede disponer el Estado sin mucho
esfuerzo y sin grandes inversiones sino en personal
capacitado y en supervisión y acompañamiento.
Y recalco los términos ayuda, acompañamiento y otras
similares que son necesarias a la hora de definir
las políticas a seguir para, además, superar el rol
obsoleto del Estado como perseguidor, cobrador
vulgar de impuestos y un largo etcétera que no
permite un desarrollo sano y—como tanto gusta ahora
decir—competitivo de un sector tan importante de
nuestra economía como el del turismo, nuestra mejor
explotación minera, en todas sus facetas.