Queríamos una Constitución que diera paso a un Estado laico, es decir, que respetara y acompañara sin privilegios a todos los grupos y creencias religiosas, y lo que nos imponen es un Estado confesional atado a la clerecía y legitimador del Concordato trujillista.
Queríamos una Constitución que—si dedicaba un aparte a la cuestión del aborto— reconociera el derecho de las mujeres a proteger su salud física y mental frente a los violadores y los azares de la vida, y lo que nos imponen es todo lo contrario.
Ahora nos advierten que los ciudadanos y ciudadanas no podemos tocar al Estado ni con el pétalo de una rosa; no podemos demandarlo…
Nos dicen que la contrarreforma sigue cual ciclón batatero arrasando en la segunda con lo poco que se había conseguido en la primera lectura…
Que hay aprestos para eliminar—y copio del Diario Libre de ayer— “lo referido al derecho a una administración pública honesta y transparente, la tutela de la salud pública, el acceso a las fuentes de agua, la protección al medio ambiente, los recursos naturales y la conservación del equilibrio ecológico, de la biodiversidad nacional y los recursos fitogenéticos”.
No es de extrañar. ¿Quién no conoce el poder de quienes buscan seguir haciendo su agosto con lo poco que nos queda?
Para muchos fines, como bien se ha dicho, ésta será una Constitución natimuerta.
No podía ser de otra manera si, en realidad, es el fruto del contubernio.
Dos cosas al menos quedan muy claras: la primera, la poca estima en que se tiene todavía a la Constitución del país; Santana sigue vivito y coleando.
La segunda, y más importante, que la ciudadanía debe prepararse para ganar y ejercer sus derechos y defender sus recursos naturales en el escenario que sea y con su lucha permanente.
Como dice la gente, “no queda de otra”.
