Opinión

 

¡NO CAPITULAR!  

Por Félix Méndez 

Como en otras épocas, el poder político gubernamental presiona abierta y sutilmente a los medios y a los periodistas críticos, que cumplen así su misión profesional.

Pero la situación es más grave ahora, porque según denuncias de los afectados son más los conminados a ceder y a callar que los que resisten.

Si nos “rajamos”, si calláramos, mañana podría ser demasiado tarde.

Nuestro periodismo está obligado a encarar esas amenazas, reasumiendo papeles jugados en otros tiempos, como durante los “12 años” del régimen de Joaquín Balaguer.

Medios y periodistas están compelidos a atacar igualmente hoy el virus que carcomía los cimientos de la incipiente democracia con un balance de consecuencias trágicas.

El poder que coarta opiniones sutil y abiertamente propala que vivimos en una democracia. La democracia que “consolida la dominación más firmemente que el absolutismo…porque administra la libertad y reprime de manera instintiva”, como la definiera Hebert  Marcuse en su obra El Hombre Unidimensional.

Represión instintiva que en el país el poder político aplica a comunicadores independientes (no oficialistas) y que rehúsan la condicionalidad implícita en contratos de publicidad millonarios a cambio de no fastidiar.

La disyuntiva para quienes no cantan coplas en el coro es ponerlos a escoger entre la dolce vita, frívola y disoluta, o una  relación tormentosa.

El objetivo es uniformar conductas, como en El Rinoceronte, obra teatral de Eugène Ionesco con la que el hoy presidente Leonel Fernández introdujo su tesis de doctorado “El delito de opinión pública: el papel de la ideología en el derecho de la información”.

La obra cuenta cómo el protagonista, Berenguer, su enamorada Daisy y su amigo Jean ven dos rinocerontes corriendo las calles de la ciudad, cuyos habitantes también se transforman sorpresivamente en rinocerontes.

Al final, sólo Berenguer conserva su forma humana y al caer el telón grita: ¡No capitularé!

 Compartiendo ese mensaje, Fernández afirmaba en su tesis que el control de los medios impedía ya al ser humano una conciencia individual sino uniformada, “impuesta por la continua proyección de imágenes, mensajes y símbolos, a través de los medios de comunicación”.

Decía que la libertad de opinión era un mito, porque los detentadores de los medios (y ahora los del poder político también) manipulan la conciencia de los hombres, los reducen a rinocerontes y “sólo otorgan la facultad de opinar sobre la base de los mensajes que ellos proporcionan”.

Sentenciaba que “la libertad de opinión sólo se concede en la medida en que favorece los valores del status quo” y, por consiguiente, los intereses de una minoría.

El mandatario, quien destina sumas multimillonarias en publicidad y propaganda, decía entonces que la opinión pública era falsa, porque quienes ejercen el poder y el control de los medios reflejan únicamente su ideología en ellos.

Tras su confesión, prometía que al igual que Berenguer no capitularía ante las tentativas de hacer de la especie humana una sola masa uniforme.

Ahora no es él sino medios y periodistas quienes debemos tomarle la palabra. 

Articulo enviado a puertoplatadigital.com por el distinguido Francisco Brisso Payero
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