...NI EL AGUA
Ramón Tejeda Read
Miércoles 20 de Agosto del 2008
Ya los jerarcas católicos han dado su aprobación a
la compra de los aviones súper tucanos que negoció el gobierno con una
empresa privada brasileña. A ver si el Congreso obedece la señal.
De otro lado, los partidarios de mayor parafernalia
contra la delincuencia, claman por radares, más aviones, más armas, más
equipos, más personal y así seguirá el negocio.
Que la seguridad es un gran negocio. Un enorme
negocio. Uno de los más lucrativos. Aquí y en todas partes.
El cambio de la agenda social por la agenda de la
seguridad promovido por Estados Unidos desde aquel fatídico 11 de
septiembre ha representado negocios fabulosos para las empresas de
seguridad a todos los niveles y en todos los países.
Pero quienes se dejan llevar por tales caminos no
advierten que si el problema fuera de inversión en seguridad, países
como Estados Unidos y algunos europeos no debían tener absolutamente
ninguna delincuencia ni violencia social.
¿Quién invierte más que Estados Unidos en armas y
equipos militares y sofisticada parafernalia de inteligencia? Nadie.
Pero la fiebre no está en la sábana. El problema no
es tener más armas, más aviones, más guardias y policías y más
tecnología represiva.
El problema no es tener una sociedad más “segura”,
sino tener una sociedad más justa y solidaria.
Lo que ha fallado no es la seguridad, es la
sociedad y su agenda social.
No lo digo yo. Lo ha dicho el economista y Premio
Nóbel Joseph Stiglitz en un artículo reciente llamado Turn left for
growth, que Perspectiva Ciudadana recogió recientemente. Y lo ha dicho
más o menos en estos términos que traduzco del inglés:
“El fracaso en promover la solidaridad social puede
tener costos como los requeridos para proteger la propiedad y encarcelar
criminales. En pocos años Estados Unidos tendrá más personas trabajando
en el negocio de la seguridad que en la educación. Un año en prisión
puede costar más que un año en Harvard. El costo de encarcelar a dos
millones de americanos —una de las más altas tasas per cápita en el
mundo— deberá considerarse como una substracción al producto interno
brtuo y el problema sigue”.
¿Nos vamos a dejar envolver en esa espiral que sólo
conviene a los negociantes de la “seguridad”?
La mejor seguridad es invertir en corregir las
brutales desigualdades sociales.
La mejor medicina contra la delincuencia y la
violencia social es aumentar la inversión estatal en programas de
promoción social y de solidaridad.
Invertir en promover empleo real (no botellas), en
promover el crecimiento de la micro, la pequeña y la mediana empresas
con decisión y creatividad; comprometer al gobierno de manera real y
científica con las organizaciones comunitarias y sectoriales; esto es,
promover REALMENTE cohesión social y garantizar no solamente el
crecimiento económico de algunos grupos, sino el crecimiento INTEGRAL y
solidario de la sociedad es no sólo la mejor, sino la única manera de
superar las lacras de la delincuencia y la violencia social que no nos
abandonarán mientras creamos que lo que se necesita son más armas para
contener aquella violencia, mientras dejamos igual a la estructura de
injusticia y exclusión que la engendra.
El Premio Nóbel Stiglitz lo ha dicho mejor:
“Los gobiernos pueden mejorar el crecimiento
aumentando la inclusión. El recurso más valioso de un pueblo es su
gente. En consecuencia, es esencial garantizar que cada persona pueda
vivir a plenitud, lo cual requiere oportunidades de educación para
todos”.
Más claro, ni el agua.
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