La reunión para tratar “el rol
de las Comisiones de Ética en las instituciones
públicas”, efectuada el pasado jueves 18 del
corriente, por lo visto, sirvió para muchas cosas.
Entre las más interesantes este escriba podría
destacar las siguientes:
1.El presidente de la República comprobó o descubrió
que “hay que relanzar el sector público”; así lo
destacaron los medios de prensa del pasado viernes
19.
2.El presidente Fernández se percató de que “a la
administración pública le falta disciplina y
organización”.
3.Lo anterior llevó al jefe del Estado a sugerir a
la Secretaría de Estado de Administración Pública
que ponga en marcha el “entrenamiento continuo del
personal”; a lo que nos atreveríamos a agregar que,
además de “entrenamiento continuo”, se precisa –y
mucho—también de supervisión y evaluación igualmente
continuas por parte de los y las responsables de
cada institución estatal a quienes, a su vez, el
mandatario, por su parte, debe dar la misma
medicina.
4.La conclusión de todo lo dicho se presentó como lo
es: dramática. Dijo el presidente Fernández que
mientras no se logre todo lo anterior, “el país no
podrá dar el salto que necesitamos”.
Todo lo dicho viene bien, aunque llega un poco tarde
si tomamos en cuenta que el Dr. Leonel Fernández va
para nueve años en el Gobierno, aunque algunos dirán
que no de manera continua puesto que se pasó por el
trauma PRD-PPH 2000-2004.
No importa. Lo cierto es que si se hubiera
continuado y profundizado el esfuerzo iniciado en
96-2000, cuando se creó la Comisión de Reforma y
Modernización del Estado, y en 2004 se hubiera
retomado—como se esperaba—el impulso reformador y
modernizador otro gallo estuviera cantando hoy en la
República Dominicana y otros hubieran sido los
resultados de la reunión de evaluación del rol de
las Comisiones de Ética de la pasada semana.
Pero ése es uno de los costos—muy caros, por
cierto—del reeleccionismo al estilo República
Dominicana. El continuismo en un país con nuestras
características y con un Estado que tiene 165 años
en construcción pospone, diluye el proyecto general
de nación para confundirlo en el propósito personal.
Apostar a las instituciones será siempre lo más
conveniente. Aunque, más vale tarde que nunca, dice
la gente.