Para unos, la continuidad
presidencial a la que asistimos hoy, como moda
milanesa, es asunto legitimado en las votaciones de
los ciudadanos. Y cuento acabado. Soslayan, a
propósito, dos condiciones: la primera, que la
voluntad expresada en el voto es sujeta de
manipulación y condicionamiento, con los mismos
métodos con que la publicidad y el marketing inciden
en el consumo de mercaderías y segundo, que el poder
detentado otorga ventajas que son insuperables allí
donde la institucionalidad es débil o ausente.
El voto directo del ciudadano es una conquista
política de primer orden e imprescindible para la
vida democrática de las naciones. Pero es claro que
su ejercicio está lleno de condicionalidades cada
vez más preocupantes. Y me refiero, esencialmente, a
los países del tercer mundo, subdesarrollados o del
sur. Como prefieran.
Allí el desarrollo humano es extraordinariamente
débil, famélico. Y es justamente en esas
condiciones, que no es otra cosa que el mundo de las
necesidades primarias, cuando las técnicas del
mercado y la fuerza del poder, mezcladas, logran sus
propósitos. Y el poder aludido no es solo el
estatal. Es también la fuerza del dinero corporativo
o privado lanzado a convencer o a seducir.
¿Qué ha ocurrido en Irán para que unas elecciones
ganadas por el presidente Ahmadineyad, con más de
once millones de votos de diferencia con el
candidato opositor, sean cuestionadas con tanta
intensidad y masividad?
El propio consejo electoral ha admitido
irregularidades que afectan a más de tres millones
de votantes, es decir, más de un 27% de la declarada
diferencia de votos entre los candidatos. Y las
evidencias parecen crecer.
El apoyo al Presidente es bastante fuerte y
mayoritario en las zonas rurales y remotas del Irán.
Apoyo que disminuye en la medida en que se acerca a
las zonas urbanas y modernas del país en donde la
creciente clase media nacional, cada vez más
empoderada por sus mejores ingresos y su educación,
reclama cambios en el sistema teocrático y
conservador de gobierno, que discrimina enormemente
a las mujeres y aplica métodos truculentos como la
lapidación y el corte de manos.
Las revueltas postelectorales en Irán apuntan a la
emergencia de una alianza de clases proclives a las
reformas políticas y legales modernizantes, que se
afianzan en su cuestionamiento al regimen de los
Ayatolahs, divididos en su liderazgo entre Ali
Jamenei (aliado de Ahmadinejad) y el expresidentes
Rafsanyani que apoya a Musavi.
La reelección presidencial ha sido el desencadenante
de la violencia y la crisis de legitimidad que
arropa al gobierno de Ahmadineyad. Musaví, el líder
opositor, forma parte de la casta del poder de la
revolución iraní, por lo cual difícilmente le
podamos ver en la profundización de las revueltas,
que deberán esperar por otra coyuntura política que
permita el cambio democrático desde el poder.
Ojalá podamos contar en el futuro con detalles de
las maniobras estatales del grupo del presidente
Ahmadineyad durante el proceso electoral, que las
condiciones de sociedad muy cerrada de Irán han
impedido conocer. Allá, como por estos lados, la
continuidad presidencial es símbolo controversial de
democracia.