La otra miseria
A las comunidades—y, por ende, a eso
que llamamos pueblo—se las ha despojado hasta de las más elementales
iniciativas.
El progreso y el crecimiento económico
que se concentran en un minúsculo grupo —habitante por demás de la
ciudad—deja tras de sí una estela de abandono. De miseria material
y—sobretodo—espiritual.
Basta salir a los pueblos y mirar sus calles. Sus parques—a veces más o
menos limpios, pero estériles en muchos sentidos para la vida de
ciudadanos y ciudadanas—, sus cunetas y aceras rotas y sucias…
Y como constantes—siempre—dos o tres personajillos de vaya usted a ver
qué ralea paseándose en lujosas yipetas con enormes bocinas desde las
cuales—y ante la indiferencia imperdonable de las autoridades—a
cualquier hora del día o de la noche sale un sonido infernal, ofensivo,
odioso y violador de los más elementales derechos de la gente.
La otra constante: los regidores en
busca de mejores ingresos; de mejores dietas y de mayores beneficios
personales.
A nuestras comunidades se las ha despojado hasta de su derecho a
celebrar fiestas patronales decentes—como se hicieron en un tiempo no
tan lejano—porque grupos de mafiosos, en complicidad con autoridades
municipales, venden los espacios comunitarios a las licoreras y a todo
el que quiera montar un garito.
Las autoridades municipales carecen del
más elemental sentido de creatividad y las nacionales parece que padecen
la misma carcoma del pensamiento, de los sentimientos y de la identidad.
Adiós alboradas y bandas municipales forjadoras de buenos músicos para
el país. Adiós foros del pensamiento en las escuelas, los salones
municipales, las plazas… Adiós presentaciones teatrales y concursos y
talleres literarios, y paremos de contar.
Es la hora de la miseria… la otra
miseria—la peor—. Es la penuria, la depauperación, la indigencia del
espíritu, que—aparentemente—no se ve aunque la tenemos en nuestras
narices y nos anuncia un deterioro moral creciente, corrosivo, cada vez
más obvio, incluso, en la forma de hacer política.
Qué lástima que hablemos de crecimiento y desarrollo reduciendo tales
conceptos a una dimensión meramente aritmética.
Qué lástima que no veamos la tragedia en
toda su magnitud desgarradora.
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