“Batida contra los ruidos”, informan los diarios.
“No permitiremos que pasen de los sesenta decibeles”, anuncian las autoridades.
“Ya era hora”, celebramos las víctimas de cuanto jevito y de cuanto tarantín azotan nuestras calles y barrios con su infernal barahúnda.
Pero en seguida nos preguntamos: “¿Por cuánto tiempo?
Porque no se trata de enfrentar un problema o de resolverlo por un día o por una semana o un mes.
¿Dónde están los programas? ¿Quién o quiénes garantizan su cumplimiento y permanencia más allá de las personas?
En fin, que lo que importa es dar cumplimiento a las políticas sobre cada tema, o de crearlas cuando no las hay y garantizar que las instituciones las sigan y las hagan cumplir y la práctica cotidiana las irá enriqueciendo.
Porque, década por década, hemos venido creciendo en lo económico de manera vigorosa, pero, ¿ha venido ese crecimiento material acompañado del correspondiente crecimiento espiritual e institucional?
Ver el tránsito devenido en amenaza diaria; ver los municipios crecer sin ningún plan; ver a las instituciones ignorando sus propias reglas e ignorantes de las leyes que debían respetar y hacer respetar…, todo ello da una respuesta negativa a la pregunta anterior.
Más aún, todo ese panorama deprimente demuestra cuán poco nos puede servir el crecimiento material si éste no se hace acompañar del indispensable crecimiento espiritual e institucional.
Porque, a la larga, la falta de crecimiento institucional conspira contra el crecimiento de la riqueza nacional.