LA AUTORIDAD Y LOS SUELDOS
Por: Rafael Sánchez Cárdenas
Viernes 13 Marzo de 2009
Un momento como éste, de incertidumbre colectiva
sobre el desenvolvimiento económico futuro, de crisis en curso, obliga a
todos a la cordura. A la reflexión sobre los gastos familiares y
personales. A la constricción.
Parte significativa de la población vive ya, día a
día, la penalidad que el desempleo y el subempleo significan. Un
recogimiento compulsivo. La ausencia de ingresos que ello comporta
explica la fuerza poderosa de la informalidad económica a nivel
nacional, que crece cual plaga social. La búsqueda desesperada de los
recursos necesarios para la sobrevivencia propia y de la familia.
Los reportes sobre las recaudaciones estatales
apuntan a su disminución progresiva, pareja con la caída de la demanda.
Las ventas de las empresas caen, consecuentemente, por la frialdad de
los consumidores. Tanto las empresas como el erario público empiezan a
resentirse ante la crisis en marcha.
En medio de estos tormentos y preocupaciones
colectivas surge en las instancias estatales un movimiento en vía
opuesta: funcionarios y representantes políticos procuran aumentos de
los sueldos propios. Autoasignados. Cada uno en procura de lo suyo, con
anteojera. Y la ciudadanía observando.
La representación del pueblo luce desviada del
interés público, de su estado de ánimo. Por un lado se pide a la
población comprensión, moderación, que ya no puede ser mayor, mientras
por su lado congresistas, funcionarios y ediles promueven aumentos de
sus ingresos sin el menor empacho. Como infantes: tu juguete es el que
quiero. Senadores piden sueldos de diputados. Regidores aspiran a
salarios de alcaldes. Aunque los fondos públicos mengüen. Y en medio de
todo, que siga el descorche.
Cada día, la sintonía entre la autoridad pública y
la población se desvanece más. Los signos de que la autoridad se ocupa
más de mejorar y engordar la hacienda propia, de cada cual, son muy
evidentes. Mientras la comunidad nacional acomoda la carga indeseable de
la crisis, las autoridades, en toda instancia, requieren más recursos
del bolsillo ciudadano. Y para el reparto en mejores sueldos y
complementos.
Los partidos políticos, que están llamados a ser
los interlocutores entre el pueblo y la estructura gubernamental, han
perdido su espíritu de cuerpo, su ser institucional, para ceder el
espacio a las individualidades. Y peor aún, al espectáculo como norma de
legitimación.
¿Es posible movilizar el compromiso colectivo desde
una perspectiva como esa?. Seguro que no. Más bien podemos ver una
comerciabilidad del pensamiento y el accionar político profundamente
dañino para el desarrollo democrático del país, en la medida en que la
representación popular o administrativa soslaya el pensar y el sentir de
la gente sobre las prioridades del manejo de los recursos públicos.
La política dominicana es, definitivamente,
clientelar. Sueldos para los clientes, allí está el secreto.
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