Quienes crean que lo ocurrido en Honduras es poca cosa pronto podrían quedarse boquiabiertos ante la emergencia de fenómenos que se creía superados en América Latina.
El golpe en Honduras podría hacer creer a los pinochets y videlas que sobreviven gracias a la impunidad que pueden regresar y desatar de nuevo el río de sangre de los 60 y los 70.
Es una posibilidad. Pero también está la contraria.
Ese golpe podría hacer que ocurra un apoderamiento de las fuerzas populares y una profundización de lo que las oligarquías y sus socios tratan de evitar, que es el surgimiento de gobiernos que pongan límites a sus privilegios.
La derecha hondureña y sus socios creen que la fiebre está en la sábana. Creen que los gobiernos de izquierda en América Latina son el fruto de cerebros calientes y no de siglos de exclusión y corrupción contra las grandes mayorías empobrecidas.
Pero si algo demuestra la Historia es que ni los cientos de miles de asesinados, torturados, desaparecidos, deportados, encarcelados, ni las decenas de golpes de Estado de los años 60 y 70 pudieron impedir que pronto resurgieran los movimientos populares que han tomado el gobierno en buena parte de América Latina.
Es decir, que mientras reinen la miseria, la exclusión y la corrupción en América Latina habrá espacio para la rebelión y, por tanto, lo mejor que podrían hacer las oligarquías y sus socios no es regresar al expediente golpista ya fracasado, sino reconocer que nuestros pueblos no pueden seguir en la miseria escandalosa en que viven y decidirse a soltar los anillos si no quieren perder los dedos.
Es mucho lo que hay que aprender de lo acontecido hasta ahora en Honduras, pero lo cierto es que quienes promueven el golpismo están jugando con candela.
