INVERSIÓN EN EDUCACIÓN
Por: Rafael Sánchez Cárdenas
Viernes 13 de Febrero
de 2009
Ahora volvemos, para ratificarnos, a la polémica
sobre la asignación presupuestal al sector educativo nacional. Y de paso
nos arrastramos, también, otras partidas del presupuesto acogidas a
leyes específicas, como la de los municipios y la universidad estatal.
La discusión incluye el si me salto o no las leyes establecidas a tales
fines. ¡Qué circo!
Si no se pueden cumplir, si el método de los
porcentajes es errado o si las crisis las hacen impracticables,
entonces, deroguemos esas leyes. No insistamos en mantener leyes que no
se pueden cumplir o no se quiere. Como tantas otras sujetas al criterio
de funcionarios de turno, o a la sujeción a poderes fácticos. Lo
legislado y promulgado se ejecuta tal cual o se deroga. No puede el
ejecutivo promover un cumplimiento sesgado de la ley del modo en que se
hace aquí. Ni un legislativo tolerante y contemplativo ante los hechos.
Viene esto a cuento en lo relativo a la ley de
educación, esencialmente, que prescribe una asignación de un 16% del
presupuesto o un 4% del PIB nacional. Y ninguna ruta de estimación se
cumple. Como para respetar la historia de esta Penélope criolla.
El estamento dirigencial del país gusta hablar del
desarrollo con la vista puesta en la “cacharrería”: las torres, los
elevados, el metro, los ipods, el celular de última generación, las
marcas sacralizadas por el consumo, grandes avenidas y carreteras. En
fin, esa parte notable que el dinero, público y privado, pegan, como
“ferré”, a nuestro entorno. Cosas del crecimiento del PIB. Y nos
regocijamos con números y cacharros.
En la parte atrás, debajo del make-up, la realidad
nacional. El hombre y la mujer criollos para quienes el desarrollo
humano sigue siendo una utopía. Una ausencia de poder real.
El empoderamiento ciudadano tiene en la educación
su gran metralla. Pero esa educación nuestra, reprobada en todas las
evaluaciones locales o internacionales, que nos colocan a la saga de
todos, entre los peores, precisa esmerada atención. Perenne.
No es posible que en décadas sólo una vez, un año
creo, el gasto alcanzara un 3% del PIB. Y vaya paradoja: en el gobierno
de Mejía. Seguimos un patroncito: 2007-2.2% del PIB, 2008-2.1% y
aprobamos para este 2009 otro 2.2% del Producto Interno Bruto. El
criterio es, sin duda cuantitativo, alejado de todo pensamiento
estratégico del desarrollo.
Un chorrito aquí, un poquito más allí. Como dependiendo del griterío.
Hay que aumentar el presupuesto educativo, como
dice la ley, que sigue siendo poco. Esto exige la revisión total del
enfoque de la inversión: el dinero bien, pero en qué se gasta?. En
empleos, “botellas”, no. Pongamos, nueva vez, la mirada en la gente, en
los recursos humanos imprescindibles para la mejora. Más y mejores
profesores con postgrados y doctorados, sujetos a procesos de educación
continua y revalidamiento del cargo. Más inversión en educación
superior. Aumentar la inversión en tecnología y ciencia, promoviendo la
formación de investigadores e investigaciones científicas y sociales,
que mejoren nuestro posicionamiento en la economía y la cultura
internacionales.
Promovamos sistemas de becas y financiamientos de
estudios, a profesores y estudiantes, condicionados al servicio público
por un tiempo mínimo. El dinero público debe retornar de algún modo. En
fin, más gasto en educación, pero con políticas puntuales orientadas a
resultados. Una economía montada sobre la educación. Su renta es
intangible a corto plazo, pero insustituible a futuro.
No lo pensemos más.
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