HAY QUE
INSISTIR
Por: Roberto Rodriguez
Marchena
Viernes 12 de Diciembre de
2008
“Inútil insistir”, aconsejaba un amigo, en relación
al Presupuesto de Ingresos y Ley de Gasto Público. “Se aprobará tal como
lo envió el Gobierno”.
Y me temo que tiene razón, pues para modificar la
voluntad del Poder Ejecutivo, está establecido que el Poder Legislativo
tiene que reunir las dos terceras partes de sus fuerzas y eso, si no es
imposible, es muy poco probable.
La voluntad del Gobierno Nacional ha prevalecido
siempre, salvo pequeños ajustes cosméticos; nunca ha sido posible
replantear, desde el Congreso, la estructura del Presupuesto, es decir,
las políticas públicas que lo sustentan o, lo que es lo mismo, la
naturaleza de su voluntad, contenida en la política de ingresos y
gastos.
Por eso propusimos que antes de enviarlo, el
Gobierno Nacional se tomara un tiempito más, reflexionara un poco más,
cotejara nuevos datos y pronósticos fiables, los técnicos de las
secretarías de Economía, en particular los de la subsecretaría de
Planificación, que tienen experiencia –y son muy buenos- en esta
materia, pues fueron ellos, antes de la reforma, los encargados de
diseñar el Presupuesto, y los de Hacienda, se sentaran a armar otra
respuesta -en ingresos y gastos- a la muy difícil y compleja situación
que tendrán familias y negocios dominicanos en 2009.
No se hizo, se envió tal como quiso Hacienda y así
será aprobado. Con ello se estará perdiendo la oportunidad de tener una
buena respuesta gubernamental tan temprano como enero de 2009.
Digo esto, porque viendo, leyendo y escuchando lo
que está ocurriendo en el mundo y aquí en nuestro país con el empleo,
con la producción de alimentos, carnes y vegetales, con las ventas, con
las inversiones, con el crédito, con las tasas de interés, y con la
velocidad que se están modificando o deteriorando esos indicadores, el
Presupuesto tal como está concebido y será aprobado, servirá por muy
poco tiempo.
Calificar de volátil la situación de la producción,
comercio y consumo en el mundo es quedarse corto hoy día. Probablemente
sea más adecuado hablar de locura, sorpresa y desgracia.
Ni los mejores economistas están seguros de la
magnitud de lo que va a pasar, aunque intuyen que será muy dañino y por
más tiempo de lo que pudieron en principio pensar. Ya la caída no tendrá
la forma de V, dicen, sino de U. (Nouriel Roubini). Las políticas
monetarias, descubrieron la semana pasada, ya no dan para más. Y la
recesión no será una simple caída del PIB, sino depresión (Robert Reich).
En principio, los gobiernos (y sus bancos
centrales) temieron por la inflación y hablaron de estanflación; ahora
su preocupación es evitar la deflación; inyectaron cientos de miles de
millones de dólares a los bancos, supuestamente para que no dejara de
fluir dinero a la producción y la sequía sigue igual, sólo que ahora hay
menos bancos, más empresas cerradas y en dificultad, millones de
personas han perdido sus empleos y por lo tanto sin seguro médico;
entregaron los gobiernos miles de millones de dólares a las familias con
la esperanza de que demandaran bienes y servicios y la gente lo que hizo
fue pagar viejas deudas que las acogotaban, pero siguen los embargos
inmobiliarios y florecen las tent cities en las afueras de muchas
ciudades.
Todos los gobiernos se jactaron de que las
economías de sus países estaban blindadas –no vaya usted a creer que el
único fue el dominicano- y terminaron por admitir que el bunker no era
tal, sino un descampado. En principio, ganaron tiempo, ahora les está
haciendo falta en medio de la dificultad.
Por ello, por la sorprendente complejidad y
gravedad de lo que está ocurriendo, que no se despacha con la aprobación
del presupuesto, es que digo que hay que insistir. Insistir porque la
manera gubernamental de responder a la situación no está funcionando, ni
va a funcionar y hay que estar prestos y dispuestos a aportar soluciones
llegado el momento, porque vendrá y el gobierno y los legisladores las
necesitarán.
Hasta ahora en República Dominicana no se ha
apostado a desarrollar el mercado interno, es decir, ampliar la
capacidad de consumo de los dominicanos (y extranjeros que nos visitan
como turistas) para ampliar y rentabilizar la producción agrícola,
pecuaria y manufacturera dominicana. Exportar, exportar, fue la consigna
o el mandato, sin que importaran los ingresos y capacidad de consumo de
las familias dominicanas. Ahora que los de fuera no pueden comprar, no
hay a quien vender.
Hasta ahora poco ha importado el decreciente peso
de la producción agropecuaria, la poca inversión en educación y la
calamitosa situación de 66.5% de la población fuera del Sistema
Dominicano de Seguridad Social.
Hasta ahora no ha importado el enorme desempleo, ni
ha habido preocupación por la informalidad que se mantiene invariable en
el 56% de los ocupados, ni aprecio ni estímulo por las micro, pequeñas y
medianas empresas que padecen sin apoyo gubernamental.
Ahora descubrimos que sí importan. Habrá que
insistir para que pueda cambiar.
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