EL VIH Y LOS PRESERVATIVOS
Por: Rafael Sánchez Cárdenas
Viernes 20 Marzo de 2009
En África el sida viene matando personas por
décadas sin que la comunidad internacional ejerza su responsabilidad con
la entereza que ha puesto, por ejemplo, en la lucha contra el
terrorismo. Mueren más ciudadanos por sida que por terrorismo. Sólo en
el África Subsahariana se reconocen 22 millones de infectados. Y la
agonía continúa.
En nuestro País las estadísticas reconocen que los
afectados oscilan entre un 1% y un 2% de la población dominicana.
El contagio de la enfermedad ocurre por relaciones
sexuales con infectados, transfusiones sanguíneas, el uso de jeringas
contaminadas compartidas, lactancia materna, parto, etc. Profesionales
del sexo y adictos encabezan los grupos de mayor riesgo.
El control de la pandemia es objeto de estudios
múltiples. No se ha logrado una vacuna definitiva que evite la
enfermedad, como ha sucedido con el polio; pero sí medicamentos (como el
AZT y el d4t) capaces de contener la multiplicación incesante del virus,
conteniendo de este modo la colonización total del organismo del enfermo
y su consecuente depresión inmunológica, que deja al paciente indefenso
ante las enfermedades oportunistas. Las responsables de la mayoría de
las muertes.
Uno de los métodos de control del VIH es el
preservativo o condón. Como la mayoría de las infecciones ocurren por
vía sexual, semen incluido, los investigadores lograron perfeccionar
este método de barrera, que separa efectivamente los fluidos sexuales de
cada miembro de la pareja, de tal modo, que si uno de ellos estuviera
infectado no transmita la enfermedad al otro. Todos los estudios
realizados demuestran su eficacia en la contención del sida. Si a la
ciencia nos atenemos.
En Camerún, el Papa Benedicto XVI ha dado una
declaración que puede inducir a confusión: “Esto no se puede resolver
con la distribución de condones. Al contrario, aumenta el problema. Una
actitud responsable y moral hacia el sexo ayudaría a combatir la
enfermedad”, ha dicho.
Su Santidad acierta en su acotación sobre el papel
importante de la responsabilidad y moral sexual en el control de la
enfermedad. Pero, como él mismo dice, “ayudaría”. Lo que resulta
extremista es la afirmación de que el condón no resuelve la enfermedad,
sino que al contrario aumenta el problema.
La estrategia mundial de lucha contra el sida es
multifactorial y multimetódica. Comporta el uso de fármacos específicos,
como cualquier enfermedad, métodos de barrera como el condón, educación
sexual de las personas, promoción de la organización de afectados en
base a la solidaridad y apoyo emocional, campañas publicitarias, fondos
de apoyo, promoción y patrocinio de ONGs e instituciones especializadas
en sida, etcétera.
Los condones no aumentan el sida. Más bien, ayudan
a su contención al igual que lo hacen la moral y la responsabilidad
sexuales. El enfrentamiento de esta enfermedad exige una mentalidad
abierta, que permita la convergencia de todos los procedimientos,
métodos, recursos y contribuciones comunitarias y éticas. La restricción
de la estrategia de manejo a uno solo de sus componentes, por
justificado que parezca, conducirá a un desastre mayor.
Frente al sida, la exigencia moral no es solo al
fuero interno de los afectados o en riesgo. La tragedia del VIH tiene en
los estados y la comunidad internacional a los grandes responsables
morales de su expansión, que están obligados a aumentar las inversiones
en investigación, fármacos, preservativos, campañas educativas y
controles sanitarios más rigurosos, sobre todo allí donde la pandemia
espanta.
La Organización Mundial de la Salud tiene ejemplos
abrumadores sobre la eficacia de los preservativos contra el VIH, como
el ejemplo de Camboya. La intervención allí disminuyó la enfermedad
paralelamente al incremento en el uso del condón. Una fuente primaria de
la enfermedad en Camboya, diferente a occidente, fue el uso de equipos
contaminados de inyección superpuesto al comercio sexual. La prevalencia
del VIH entre profesionales del sexo, que operaban en prostíbulos,
descendió abruptamente del 46% (1998) al 21% en el 2003. Y del 44% al 8%
en mujeres profesionales del sexo mayores de 20 años.Un descenso
verdaderamente grosero.
Sin embargo, lo notable para el caso en cuestión es
que, paralelamente, el uso de preservativos, que en 1997 era de 53% se
elevó a un 96% en el año 2003. Una muestra evidente de los efectos
positivos del uso de los preservativos en reducir la morbi-mortalidad
por VIH.
Debemos compartir con el Papa Benedicto XVI su
acento en la responsabilidad y moral que deben acompañar la sexualidad.
Pero igualmente rechazar la proscripción del preservativo como
herramienta eficiente en el control epidemiológico del VIH.
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