EL
PETRÓLEO, MEJOR BAJO TIERRA
Jueves 27 de Agosto de 2009
Coincidencia número uno: comencé a preparar este
artículo mientras los señores del G-8 proclamaban solemnemente nuevos
compromisos para enfrentarse al cambio climático. Suponiendo que esta
vez vaya en serio, ¿se les ha ocurrido cómo hacerlo, tienen un plan B al
modelo energético actual? Coincidencia número dos: hace un mes, en este
periódico Pere Rusiñol escribía un excelente reportaje sobre el boom
petrolero en Guinea Ecuatorial. ¿Necesitamos más evidencias para
cuestionar un modelo de desarrollo extractivista de un recurso finito y
con tanta injusticia ecosocial en su mochila? Digo coincidencias porque
el motivo de este escrito es reflexionar precisamente sobre una
creativa, valiente y muy valiosa iniciativa que enfoca ambas cuestiones
desde un nuevo paradigma que, en mi opinión, debemos tener muy presente.
Algo tan sorprendente como la propuesta ecuatoriana (parece que en
Nigeria se estudia una propuesta similar) de conservar el petróleo en el
subsuelo. Sí, han leído bien, dejar bajo tierra el crudo que podría
reportar miles de millones a un país con tantas necesidades como
Ecuador. Una opción ecológica muy razonable para reemplazar el modelo
eco-ilógico impuesto bajo el paradigma del libre mercado y del
crecimiento ilimitado.
Se trata de la Iniciativa ITT Yasuní, declarada política oficial del
Gobierno de Correa en junio de 2007, que defiende la idea de no explotar
las reservas de petróleo existentes en el área Ishpingo Tambococha
Tiputini –en el Amazonas del Ecuador–, donde se localiza el Parque
Nacional del Yasuní de enorme valor en biodiversidad –valor ecológico
frente a valor monetario–, pues es una de las regiones de bosque
tropical del mundo más rica en especies. Se calcula que sólo dentro de
una hectárea del Yasuní se encuentran 644 especies de árboles, tantas
como especies de árboles nativos existen en toda América del Norte. La
idea inicial se remonta a 1997, cuando la organización ecuatoriana
Acción Ecológica planteó una moratoria de extracción de petróleo en
zonas frágiles amazónicas con el fin de evitar la producción de CO2 al
quemar ese petróleo.
La idea fue retomada por Alberto Acosta cuando fue ministro de Energía
con Correa y ahora es impulsada por un fuerte equipo coordinado por el
canciller de Exteriores, Fander Falconi, Doctor en Ciencias Ambientales
y Economía Ecológica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Algo de
todo esto tendrá entonces que ver con el catedrático Joan Martínez Alier,
impulsor del ecologismo político en España y América Latina. En los
próximos años todas las sociedades del Planeta tendrán que haberse
acomodado a una nueva realidad sin petróleo, por lo que asumirlo cuanto
antes nos hará estar mejor preparados. Por un lado, redirigiendo las
inversiones petroleras a un desarrollo sostenible y apropiado a las
necesidades de cada región (no a las de la familia de Obiang, por
ejemplo). Y por otro, pudiendo evitar desde ya todos los efectos
negativos que sabemos trae consigo la explotación de este recurso. Son
las llamadas externalidades. A nivel local, sobretodo en países
empobrecidos como es el caso de Ecuador, Guinea o Nigeria, la
explotación petrolera supone contaminación, deforestación, pérdidas de
la productividad de las economías de autosustento practicadas por las
comunidades locales (algunas de ellas en aislamiento voluntario),
expulsión de comunidades campesinas y la desaparición completa de
algunas culturas y lenguas indígenas. Y a nivel global, el calentamiento
del clima y todos sus derivadas.
La cuadratura de este círculo sí es posible. Aunque los cálculos
numéricos son difíciles de hacer (variabilidad del precio del petróleo
en los años que dure la extracción, por ejemplo) una cifra orientativa
calculada por expertos en el tema nos dice que el Estado ecuatoriano
obtendría 5.000 millones de dólares de ingresos por la extracción y
comercialización de las reservas de los 846 millones de barriles de
petróleo que guarda el subsuelo de Yasuní. Pero tenemos que restar.
Primero descontar unos 1.300 millones de dólares equivalentes a los
costes de las externalidades antes mencionadas que se producen a nivel
local y que se pueden calcular, por ejemplo las pérdidas por la
contaminación de tierras y ríos. (Ciertamente, no se puede calcular los
costes de la desaparición de una cultura, de unas especies animales o
vegetales). Y posteriormente rebajar unos 1.700 millones más por los
costes para todo el Planeta de las emisiones de CO2 que se provocarían.
Es decir, al final el “beneficio monetario” de sacar el petróleo a la
superficie para nuestro Planeta sería de unos 2.000 millones de dólares.
Y esa cifra es la que Ecuador solicita a la comunidad internacional.
Ecuador deja de ingresar 5.000 millones si el resto del mundo se
compromete solidariamente a aportar 2.000 millones.
Ecuador obtendría 2.000 millones de dólares –sin perjudicar a sus
comunidades y a su naturaleza–, que se compromete a dedicar a proyectos
sostenibles para mejorar la agricultura local, la pesca artesanal,
desarrollar energías renovables, etc. Y el resto del mundo invierte el
dinero que gastaríamos en combatir el cambio climático asegurándonos que
se mantiene Yasuní, con todas sus culturas, con toda su biodiversidad,
capturando CO2 y produciendo vida, para hoy y para mañana. Todos
ganamos. Coincidencia número tres: ya tenemos el primer aporte proYasuní.
El Gobierno federal de Alemania está decidido a apoyar el fondo
fiduciario de la Iniciativa ITT-Yasuní con 50 millones de dólares
anuales en los siguientes años. ¿Seguimos? Un futuro mejor y sin
petróleo es posible.
Gustavo Duch es Ex director de Veterinarios Sin Fronteras y colaborador
de la Universidad Rural Paulo Freire
Fuente:
www.rebelion.org
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