EL BUEN GOBIERNO:
MATRIMONIO ESTADO Y ORGANIZACIONES COMUNITARIAS
Por: Ramón Tejada Read
Jueves 23 de Octubre de 2008
Siempre he creído que la solución de muchos de los
problemas ciudadanos sólo es posible mediante un serio matrimonio entre
el Estado y las organizaciones comunitarias. Es decir, que el buen
gobierno no puede hacerse al margen de instituciones tan necesarias.
Sólo mediante el trabajo comunitario —esa labor de
hormiga que llevan a cabo hombres y mujeres pertenecientes a la
comunidad— se puede llegar a tiempo a los ciudadanos, de manera eficaz e
integral y con el mínimo de costos.
La comunidad es el espacio en que convergen todas
las políticas públicas, tanto estatales como municipales. En
consecuencia, es allí donde se encuentran las instituciones y en donde
se comprueba finalmente la eficacia y pertinencia de sus iniciativas. De
paso, es en la comunidad donde se llevará —o debía llevarse a cabo— la
debida contraloría social.
Lamentablemente, nuestros gobiernos no han sido —y
el actual no es una excepción— promotores de la organización de las
comunidades, con todo y que han sido creadas varias instituciones
supuestamente dirigidas a tal fin, pero finalmente consumidas en el
vulgar asistencialismo proselitista.
Peor aún, los gobiernos recelan de las
organizaciones comunitarias, donde las hay, habida cuenta de su
capacidad de crítica y de su resistencia al adocenamiento.
El acercamiento oficial y de las organizaciones
políticas a las organizaciones de la comunidad no pasa del intento de
instrumentarlas en provecho propio.
Sin embargo, ningún instrumento es más útil y
eficaz que las juntas de vecinos, los clubes deportivos y culturales,
las juntas comunales, etcétera, para la puesta en marcha de las
iniciativas gubernamentales y municipales.
Porque nadie sufre y comprueba como las
organizaciones comunitarias la indefensión, el abandono y la
postergación que padecen los barrios y demás vecindades pobres y los
sectores de clase media.
No en balde en muchos países ya existen los
llamados trabajadores sociales, y servicios fundamentales del Estado
como la salud y la educación están cada vez más en comunión con las
organizaciones comunitarias.
Allí se valora el papel fundamental de tales
entidades, aquí se las teme o se las ignora.
Sin embargo, mientras no haya desde el Estado y los
gobiernos municipales una política de permanente ayuntamiento con las
organizaciones comunitarias más allá de las banderías de toda laya,
estoy seguro de que no hay que hablar de desarrollo social ni cosa por
el estilo y seguiremos derrochando recursos en iniciativas llamadas a no
tener permanencia en el tiempo.
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