DIME DE LO QUE PRESUMES Y TE DIRÉ DE LO
QUE CARECES
Por: Ramón Tejeda Read
Jueves 19 de Febrero de 2009
El pasado sábado estuve en Nizao (Peravia)
visitando familiares y amigos. Conversaba con algunos en el momento en
que apareció un camión con su cama sellada de enormes bocinas que
anunciaban vaya usted a ver qué fiesta o espectáculo.
Las paredes temblaban. Todo se estremecía a su
paso. Cualquier medida del ruido que salía de aquel engendro del
desorden, la altanería, la ignorancia, la prepotencia, el abuso y la
falta de autoridad en nuestro país resultaría pequeña.
Para mi sorpresa me informaron que ésa era una de
las recientes inversiones del prócer de la pelota llamado Vladimir
Guerrero y no tengo por qué dudarlo puesto que los hermanos de ese
“modelo” suelen pasearse por las calles de aquel pequeño pueblito en
lujosas yipetas también selladas de bocinas que proclaman con un ruido
ensordecedor y abusador los millones de Vladimir al tiempo que su
ignorancia y su atorrancia.
Lo serio del caso es que ese abuso rodante pasa
frente al pequeño hospital de la comunidad y –¡óiganlo bien!—frente al
cuartel de policía de Nizao, como pasan las yipetas de los hermanos de
ese “paradigma” proclamando sus millones violando los derechos de los
demás (niños que duermen, enfermos necesitados de tranquilidad,
estudiantes que hacen sus tareas…) sin que ocurra nada.
Desde luego, hablamos de un fenómeno de violación
de las leyes y de los derechos ciudadanos que se extiende por todo el
país como si se tratara de algo natural y sin que nuestras autoridades
—nacionales y municipales— digan ni hagan nada.
Tampoco estamos hablando de algo nuevo. No. Hace 26
años que doña Carmen Quidiello de Bosch denunciaba esa desgracia en su
columna de El Nacional de Ahora en un formidable artículo titulado Dime
de lo que presumes y te diré de lo que careces que les dejo aquí para
que constaten lo viejas de nuestras desgracias y cómo, en vez de
disminuir, van en aumento. He aquí el texto de doña Carmen que les pido
no dejen de leer:
“En fechas recientes un bien sazonado editorial de
este mismo diario vespertino hacía referencia a las inclemencias de los
ruidos innecesarios que tiene que padecer el ciudadano común en nuestro
medio. Por su parte la señora Aída Bonnelly de Díaz, con su sensibilidad
nada común y con su oído dedicado y adiestrado por y para la buena
música, acaba de tocar el tema en su columna del “Listín Diario” y lo
hace con un sentido del humor envidiable para poner de relieve este
fenómeno contaminante - el ruido excesivo—y tan abusivo como innecesario
el cual nos sitúa no ya sólo en el subdesarrollo más penoso sino en el
subdesarrollo voluntario porque nada se hace por evitarlo.
“No es de extrañar, por tanto, que el ciudadano
común - en este caso la ciudadana— entienda que es oportuno añadir algo
al respecto tomando de pretexto un viejo dicho castellano que dice “dime
de lo que presumes y te diré de lo que careces…..; eso, por supuesto,
aplicado a la legión de mozalbetes que cruzan calles y avenidas de todos
los barrios de la Capital con el escape de sus motores abiertos…para
proclamar (¡vaya presunción!) que es suyo - y sólo de ellos - todo lo
que su vista alcanza y que tiene derecho irrestricto de conmocionar las
vecindades sin consideración para nadie; ni para quienes tratan de
dormir a sus niños pequeños, ni para los ancianos que tratan de
conciliar el sueño; ni para los jóvenes que quieren hacer sus tareas
escolares; ni para el descanso de los padres y madres de familia que
buscan solaz en un poco de tranquilidad hogareña; ni menos para el ama
de casa que después de terminar sus tareas inagotables de cada día se
sienta a ver su programa favorito de televisión…Nadie escapa a ese
flagelo que equivale a una intrusión malévola, a una violación de la
“inviolabilidad” de la vida privada.
“De qué presumen esos tales mozalbetes… y sobre
todo, de qué carecen”? Carecen incuestionablemente de todo respeto por
la comunidad, en primer término. Carecen de sensibilidad social. Carecen
sobre todo de educación. Tienen, eso sí (y sobrante) un ego dilatado
artificialmente —en el ruido— y proclaman, por medio del escape abierto
de sus motores, que son sujetos de una violencia interior malsana hija
seguramente de una retardada dependencia económica y de toda índole de
sus mayores. (En la mayoría de los casos esos motoristas no son quienes
pagan los motores que usan).
“¿Y qué es la dependencia sino una forma de
impotencia?
“La impotencia de esos motoristas proviene de la
ausencia de toda posibilidad de hacerse notar por sus vecinos y amigos
por medios menos ruidosos, más consistentes y permanentes, lo cual los
lleva a manifestarse en forma tan odiosa como inconsecuente.
“Dejo aquí a los padres y madres de familia una
preocupación que lejos de ser personal y exclusiva está tan generalizada
como para constituirse en materia de consenso…Es decir, antes de
obsequiar a su joven hijo con una moto de las tantas que hay hoy día en
el mercado, asegúrese bien de que ese joven tiene en cuenta a su
comunidad y sobre todo que usted no le está proporcionando una
gratificación inadecuada; un escape para sus frustraciones, una
compensación fácil para otras cosas que usted no pudo darle a él o él no
pueda ganarse por sí mismo.
“Si un joven se siente gratificado por el exceso de
ruido de su motor es porque está lleno de un vacío interior sobrecogedor
que lo lleva a huir de sí mismo, o de su hogar, de su pequeño mundo
cotidiano.
“Nuestro mundo actual está lleno de gratificaciones
falsas, inducidas unas veces por la propaganda, otras veces por las
facilidades que nos brinda el medio. Defendámonos a como dé lugar del
ruido que trata de hacer colapsar nuestras estructuras interiores; el
silencio íntimo al que todos tenemos derecho; el mismo que acompaña el
flujo interior (generoso) de nuestro sistema sanguíneo que no presume de
nada pero que nos mantiene vivos.” (El Nacional de Ahora. 26 de
noviembre, 1983.)
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