DEL JUS SANGUINIS AL JUS RIDICULUS
Por: Ramón Tejeda Read
Jueves 14 de Mayo de
2009
De haberse implantado el llamado jus sanguinis
desde la fundación de la República no serían dominicanos muchos de los
padres de la Patria, empezando por el Fundador, que era hijo de
inmigrantes españoles.
Y, para no dar muchas vueltas por la Historia,
habría que decir que no lo serían tampoco Joaquín Balaguer, ni Juan
Bosch, ni Peña Gómez, por cuyas venas corría también sangre de
inmigrantes.
No lo serían el estupendo Gastón Deligne ni su
hermano Rafael y no lo sería tampoco el Poeta Nacional Pedro Mir, hijo
de un cubano y una puertorriqueña.
No lo serían los Espaillat, los Bogaert, los Reid,
Risk, Read, Heinsen, Echavarría, Bengoa, Marchena, Ricart, Maggiolo…, ni
los hijos de palestinos, libaneses, sirios, ni los cocolos y toda la
multitud de hijos de inmigrantes que han poblado y enriquecido nuestra
tierra por los siglos de nuestra Historia.
Por más que se quiera, el jus sanguinis que se
pretende establecer en la Constitución ¡hasta con el apoyo perredeista
que ahora olvida el rechazo de ciertos sectores contra su líder máximo
porque tenía ascendencia haitiana!, va en realidad dirigido a poner
trabas a esa impronta en el país.
Ni más ni menos. No preocupan los inmigrantes de
otros países. Preocupa esa “invasión pacífica”, como llaman, desde que
los teóricos del trujillato acuñaron la frase, a ese proceso iniciado
con la invasión estadounidense de 1916, que necesitaba mano de obra
barata para los ingenios y los invasores la fueron a buscar a Haití.
Porque la inmigración, se olvida, es también un
proceso enriquecedor, sobretodo ésa que se da en forma de mano de obra
barata que va a producir riqueza para empresarios, inversionistas y
terratenientes que no cesan de hacer acumulación capitalista.
Nuestra incapacidad para establecer políticas de
inmigración adecuadas, que garanticen los derechos de TODOS los
inmigrantes, nos lleva a proponer políticas de lo absurdo que no hacen
sino favorecer la ilegalidad, la informalidad, la exclusión, la
marginalidad.
En esa situación de ilegalidad, informalidad,
exclusión y marginalidad se abarata más la mano de obra (nada casual ni
inocente) y crecen la extorsión, la corrupción y el autoritarismo.
Así vamos del jus solis al jus sanguinis, pasando
por el jus ridiculus.
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