CUMBRE DE SALUD Y RESPONSABILIDAD
Por: Ramón Tejeda Read
Jueves 15 de Enero de 2009
Si en vez de organizar una nueva cumbre de
promoción y proposición convocáramos una de evaluación de las cumbres y
diálogos pasados quizás nos daríamos cuenta de por qué doce años después
—ocho de Leonel Fernández y cuatro de Hipólito Mejía, para no recordar
los malhadados 22 de Balaguer y los ocho primeros del PRD— los
resultados de nuestro experimento democrático son tan pírricos, tan
anémicos y dejan tanto que desear.
Una cumbre, pero de evaluación, nos permitiría
preguntarnos si, en realidad, como vaticinaba el Presidente Fernández
luego del primer Diálogo Nacional, hemos dado “la puñalada final al
autoritarismo en la República Dominicana”.
Veríamos si verdaderamente, como decía el actual
mandatario hace once años, estábamos asistiendo “a las exequias fúnebres
del autoritarismo, del verticalismo y de la arrogancia en el uso del
poder en la República Dominicana”.
Veríamos también por qué tarda tanto el prometido
“alumbramiento de una nueva democracia plena de participación,
respetuosa de la opinión de todos los ciudadanos, del sentir y de las
aspiraciones más hondas del más poderoso y del más humilde de los
dominicanos… y consagrada a servir, no a servirse; a escuchar, no a
imponerse; a buscar los medios para hacer de cada dominicano un sujeto
de su propio destino…”.
Esa evaluación nos permitiría, probablemente,
darnos cuenta de si es verdad que, doce años después (dos períodos de
gobierno Fernández y uno Mejía) estamos en el camino de “la
construcción de una democracia participativa que garantice la
estabilidad política y social, el desarrollo sostenible y una justa
distribución de los beneficios del progreso para todos los dominicanos”.
Esa evaluación quizás nos llevaría también a
preguntarnos por qué nuestras Cámaras de Cuentas nos llevan de escándalo
en escándalo; por qué el jefe de una institución –y es un solo caso—
reparte decenas de millones de pesos como si salieran de sus bolsillos,
sin pedir opinión a nadie y sin que nadie le pida cuentas.
Quizás en una tal cumbre de evaluación nos veríamos
obligados a preguntarnos por la naturaleza del modelo de gestión y
administración estatal que patrocina todo ese desmadre institucional que
contemplamos no sin sentir temor.
Veríamos por qué hoy, a las puertas de una nueva
convocatoria a diálogo —que siempre debería ser una celebración—e
mpresarios, sindicalistas, religiosos, oenegeistas y ciudadanía en
general lamentablemente reaccionan con tanto desgano y descreimiento
hacia el nuevo convite y tienen Monseñor Agripino y el pobre Temo Montás
que andar padeciendo esa frialdad.
Una cumbre semejante podría darnos algunos dolores
de cabeza, pero, de seguro, podría ser un ejercicio formidable de salud
y de responsabilidad políticas.
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