¿CUÁNDO SALDREMOS DE ESA MISERIA?
Por: Ramón Tejeda Read
Jueves 12 de Febrero de 2009
En veintinueve años de trabajo permanente, de cinco
de la mañana a seis de la tarde, Dámaso Vargas levantó su primera
familia, levantó su casa de concreto, actualmente levanta una segunda
familia y hace una vida decorosa.
Su ventorrillo fue creciendo casi de la nada, entre
café y cigarrillos, jugos y empanadas y quien lo ve cree que es nada,
pero en tres décadas ha sido y hoy sigue siendo todo para él y los
suyos.
Santiago Paniagua, por su parte, hace treinta y un
años que va todos los días al mercado de la Duarte y se abastece de
frutas, verduras y viandas que exhibe en el remolque que adosa a su
motor y repite la misma historia de Dámaso. Recorriendo vecindarios en
los que todo el mundo le llama por su nombre, levantó su familia,
levantó su casa, cuida de su madre y le mejora su vivienda y hasta
auxilia a cualquier familiar en problemas.
¿Es necesario contar también la historia de Luis
Felipe, quien no sólo ha erigido una casa, sino que ha levantado su
familia hasta llevar sus tres hijos a la universidad y todavía, más de
veinticinco años después, sigue vendiendo yaniqueques en los alrededores
del Mercado Modelo de la avenida Mella?
¿Es necesario que cuente también la historia de
Altagracia Marmolejos y de Rosita Aguasvivas quienes han hecho y
seguirán haciendo una vida de plenitud -resort anual incluido-
regenteando sus salones de belleza?
¿O tendré que contar la historia de mi propio padre
quien, igualmente, con un ventorrillo levantó la familia suya - que es
la mía- y ayudó a levantar la de muchos otros? ¿Habrá que seguir
contando esas historias que son la historia de cientos de miles de
dominicanos y dominicanas para que nuestros gobiernos, el Banco Central
y todos los sabihondos de la economía empiecen a revisar su concepto
sobre el “empleo precario”, “inseguro”, “informal” y estrecheces
similares?
¿Cuánto hay que relatar para reconocer a esos casi
dos millones de dominicanos y dominicanas que hacen menos precaria la
vida en la República Dominicana? Porque esos casi dos millones de seguro
mantienen los negocios de por lo menos otro millón más.
¿Cuánto hay que decir en abono a lo escrito por
Roberto Rodríguez Marchena en sus Perspectivas de los pasados lunes y
martes de esta semana sobre la necesidad de crear y proteger empleos?
Si esos dos millones de dominicanos y dominicanas
ejercen ocupaciones “inseguras”, empleos “precarios”, “informales”, como
les llaman en tono casi despectivo, se debe a que nuestros gobiernos se
han dejado envolver en una visión elitista que privilegia al banquero y
al gran inversionista y olvida el trabajo de hormiga de esos millones de
hombres y mujeres a los que abandona a su suerte.
Quien es “precario”, entonces, es el Estado. Quien
no es “confiable” es el Estado. Quien es “indolente” e “inseguro” es el
Estado que sigue desdeñando ese trabajo y a quien lo ejerce. Y es
incapaz, porque –aunque existen las formas para hacerlo- nunca se ha
propuesto organizar a esos dos millones de dominicanos y dominicanas
para cobrarles un tributo -que de seguro lo pagarían- para incorporarlos
a la Seguridad Social, al Senasa, para organizarlos en cooperativas, por
ejemplo, e incorporarlos a todos los planes del Estado y reconocerles su
contribución a la economía como se hace con los empresarios y
“entrepreneurs” de la élite.
¿Cuándo saldremos de esa miseria estatal y
gubernamental que impide ver más allá de lo parcial y tradicional?
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