Tenemos encima una ola terrible de casos y/o denuncias de corrupción. Y el gobierno luce indefenso. La oposición frota sus manos, aunque sucias.
De fondo hay elementos para la preocupación ciudadana. Necesitamos contener esta marea. Y aumentar la transparencia en las operaciones de las instituciones públicas que permitan a la ciudadanía y la opinión pública mejorar la vigilancia de las ejecuciones del presupuesto de cada oficina.
Con todo y lo preocupante de las denuncias hechas, empiezan a surgir en los medios elementos que tienden a confundir a la gente en la valoración de las causas de la pobreza.
Se pretende presentar a la pobreza como hija de la corrupción pública, la de los funcionarios. Y radicalmente debemos decir que eso no es así.
La pobreza no emana del comportamiento anti-ético de los funcionarios, por más grande que sea su desfachatez.
La causa de la desigualdad social, de la pobreza, radica en la distribución y/o apropiación de las rentas. Y estas son públicas y privadas, siendo el volumen de las segundas mucho mayores que aquellas de que dispone el Estado, sin pretensión de disminuir el efecto dañino de la corrupción pública. Un mal que estamos obligados a combatir.
La pobreza nace de una estructura económico-social que permite un reparto en el que un 20% de la población se apropia del 45% de la riqueza social, mientras al 80% restante recibe solo el 55%. Por consecuencia, la causa fundamental de la pobreza no radica en la ética, sino en la injusticia social que emana de la estructura de la economía dominicana. Si no fuera esta la explicación, entonces, habría que asumir que la pobreza, que es mayoritaria en todo el mundo, existe por la corrupción de los funcionarios de los gobiernos de los países pobres y nunca, para qué pensar, por otros motivos.
Los más de mil millones de nuevos pobres en todo mundo que ha producido, según los organismos internaciones como el BM y el FMI, la presente crisis global, han surgido, en racimos, de las operaciones del sistema financiero de los países ricos, de Wall Street. Y de sólo un pedo postró a un millón.
La corrupción pública es un mal aborrecible, que carga consigo la fuerza del peor de los ejemplos. Que enriquece a unos pocos y desmoraliza a toda una Nación que procura y necesita un cambio en su forma de vivir el presente y proyectar su futuro.
Atacar la corrupción implica vigilar celosamente el uso de los fondos públicos, pero olvidar el estrecho vínculo de estas prácticas con la corrupción de los instrumentos de la representación política de la ciudadanía es un mal enfoque. Y un mal enfoque solo llevará desorientación a la población. El robo del dinero público y la desinstitucionalización de los partidos políticos son hermanos gemelos en el fenómeno de la corrupción.
La debilidad de la política y los políticos en la conducción del interés público esconde bajo la alfombra la madre de la pobreza.