COMISIÓN DE ÉTICA Y DE AUDITORÍA
SOCIAL
Por: Ramón Tejeda Read
Jueves 25 de Junio de
2009
Lo ocurrido con las Comisiones de Ética y de
Auditoría Social es patético y sirve para darnos la magnitud de nuestro
fracaso en la materia llamada transparencia.
Las de Auditoría Social fueron el intento natimuerto de dar
participación a las organizaciones de la sociedad (juntas de vecinos,
ONG, iglesias, gremios…) en la gestión de los proyectos de desarrollo de
provincias y municipios.
Pero no pasaron de la letra del Decreto que las creó a mediados de la
administración PRD 2000-2004. Ahí nacieron y ahí murieron.
Pero no desaparecieron ni morirán las ganas de la sociedad de participar
en la gestión de los procesos de gobierno y todos creímos que las
Comisiones de Ética, creadas por decreto de la administración Fernández
2004-2008, pasarían a llenar aquel vacío, pero pronto se desvanecieron
nuestras esperanzas.
Los esfuerzos de la Comisión de Reforma del Estado, que llegó a reunir
aquellas comisiones y a tratar de hacerlas funcionar, han sido
fulminados con una sentencia lapidaria: es que al Estado dominicano “le
falta organización y disciplina”.
En realidad, estas comisiones, que están llamadas a jugar un papel
estelar en la gestión y contraloría social de obras y procesos de
desarrollo chocan de frente con las prácticas personalistas que permean
todo el tejido social y estatal.
Los esfuerzos de la Comisión de Reforma y de la Comisión de Ética del
gobierno nada pueden contra los hábitos inveterados de manejo personal
de las instituciones y contra los deseos de quienes las consideran un
estorbo.
Faltas de un real apoderamiento de donde debe llegarles, su misión se
dificulta y, finalmente, se diluyen en la inacción. Así, mientras la
prensa da cuenta de las malas acciones aquí y allí, las comisiones de
Ética están “en Belén con los pastores”. ¿Y qué de las oficinas de
Acceso a la Información Pública, creadas por Ley?
Pero el problema hay que buscarlo en otro lugar, esto es, en el mismo
sistema que impide que funcionen realmente los Consejos de Desarrollo
Provincial y Municipal y demás instituciones destinadas a
descentralizar, transparentar y democratizar la administración y la
gestión estatales.
Es decir, que por más leyes y decretos y constituciones que nos demos,
ninguna funcionará si no hay el REAL apoderamiento que les permita
materializar los deseos que se expresan en la letra de las disposiciones
que les dan existencia. Ni más ni menos.
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