Opinión
 

BOSCH

Por: Rafael Sánchez Cárdenas
Viernes 03 de Julio de 2009

Los hombres y mujeres cuya actuación y pensamiento, en lo fundamental, persiguen objetivos superiores suelen ser objeto de odio y aprecio. Todo a una vez.

De Juan Bosch se ha dicho y escrito de todo. Unos desde el odio y la pasión ciega. Otros desde el cariño y el aprecio. Pero dentro de estos y de aquellos han surgido en estos días del centenario manadas de admiradores. Cada uno contando anécdotas vividas junto al él. Todos celebrando la grandeza del presidente sietemesino, a veces, hasta el ridículo. Boca y tinta para el Maestro en su día.

La prensa y la televisión nos han servido las opiniones más diversas sobre la vida y obra de Juan Bosch. Pero el Centenario pareció fragmentar la figura de don Juan. A todos complace hablar del escritor. De las virtudes trascendentes de su escritura, de la gran cantidad de cuentos, novelas, historia, sociología y política que nos legó. Su pasión inagotable por la literatura. La brillantez y lo llano de su estilo.

Todos celebrando la fuerza ética de su vivir y la internacionalidad de su figura literaria.

Hay, sin embargo, un rasgo trascendente en Juan Bosch, que resulta una suerte de rayo transversal de toda su vida intelectual, ética y política: su aflición permanente por la justicia social. Una pena, una preocupación, una exaltación literaria y política perenne de la pobreza e injusticia social nacionales, a veces conceptualizada con el término de “atraso social y político”.

Se cuece una suerte de culto consensuado al personaje, que más bien induce a misa de contricción dominical que a rebeldía ante la pobreza y la injusticia social, y que tanto le conmovían. Es un Bosch nuevo, sin las púas de su lengua y sin la fuerza de su denuncia insidiosa y constante, que tanta angustia generaba al poder social y político que le adversaba. Y más bien recuerda al Bosch del Alzheimer, manso y desvalido, ido, inerme.

Se pretende trocar al gladiador social comprometido en gatito de mesa al que todos acarician. Un Bosch sin el llamado constante a la justicia social, al sacrificio y a la fuerza moral del ejemplo, es un superministro cualquiera. Un Bosch neutro, que no toma ni tiene partido, es una caricatura indigna.

Rendir homenaje a Juan Bosch no es ni puede ser obra de discursos y ceremonias solemnes, más proclives a enaltecer al escritor y sus anécdotas, pero sesgando el nido de su preocupación social en su praxis política y sus letras memorables.

Al Bosch integral, entero, quítesele la paja de sus defectos, pero el país precisa de ese paradigma hoy más que ayer. Su ejemplo tiene poder.

 
Publicado con autorización expresa de los autores. www.perspectivaciudadana.com
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