Editorial

 

HECHOS, NO PALABRAS

26/09/2007

Como era de esperarse, a muchos dirigentes de partidos y de agrupamientos que se hacen pasar por partidos les ha causado escozor la afirmación de monseñor Juan Antonio Flores, obispo emérito de Santiago, que asimila a los políticos dominicanos a una especie de calamidad nacional.

El juicio de monseñor Flores al respecto es probablemente una de las más severas críticas que se han  hecho aquí a los dirigentes partidarios en los años. "Los políticos del país” -sostiene el prelado—“son el peor flagelo que afecta al pueblo dominicano”.

Casi de inmediato, dirigentes políticos rechazaron las declaraciones del obispo emérito de Santiago. Ojalá que el asunto no se agote en una guerra de palabras contra palabras: la clarinada de monseñor Flores, un hombre de iglesia que no se anda con pamplinas, debe servir por menos para ayudarnos a reorientar las prácticas partidarias.

Nos aventuramos a afirmar que con ese ánimo ha sido formulada la ríspida declaración que aquí se comenta. Después de todo, nadie se atreve a oponerse a la aspiración de que los partidos políticos sirvan para algo más que simplemente alimentar el clientelismo.

Para alcanzar esta meta no es suficiente negar con palabras lo que ha dicho monseñor. Hay que recurrir al más poderoso de los lenguajes, el de los hechos, y cambiar una práctica que ha sido, ciertamente, calamitosa.

 

Editorial Invitado:

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